miércoles, 14 de marzo de 2018

Impronta

La locura es una voz
dentro de la boca
sin saber qué contestar.

El delirio, la espuma alejada de la conciencia
perseguida por raíces etéreas,
que transforman la alegría perfumada
en nubes de algodón y sin pensar.

El placer del corazón es solo sombra, una alfombra que dura como tensa la tortura de amargura olvidando la razón.

Toda esa poesía de un trago la bebí.
Y fueron sus notas suspendidas en el poco aire
las palabras perdidas que me hicieron sonreir.

Vuelvo a la mitad de la mesa escrita.
Y son las voces, las únicas palabras que en la noche me ofrecen de cenar al borde de su plato,
caricias en negrita.

El cuarto oscuro pide luz.
Es la luna de mi cuarto
la que eleva cuerpo al desnudo
y lo clava en esa cruz.

Pido calma,
sin ni siquiera haber despertado.
Me reflejo
entre las lágrimas de la lluvia de la mañana.
Y vuelvo hacia atrás
para dejarme acariciar
entre el pensamiento vivo y lo que quiera contarme la verdad.

Acaricio en fin los vértices,
cuando creo haber visto sin fijarme la parte más amable que baja de la cima
por la rama hacia las hojas 
resbalando por el cuerpo de su tronco
hacia el perfume con sabor de sus raíces.

La mañana me disfraza con su repentino despertar hacia la noche.

La noche siempre me pide su beso
cuando me acerco a dormir.

Son los huesos adormilados
los que se clavan
en la última mirada 
que me incita a vivir.

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